jueves, 2 de abril de 2015

Entre Zapata y La Paloma (III)

Y todo se da de una forma inimaginablemente  extraña: tecnología punta para estaciones de autobuses y gestiones administrativas para con hacienda (como la emisión de facturas electrónicas gratuitas), y por otra parte un subdesarrollo social, urbano, económico...
Creo que en realidad todo sucede como origen de una desigualdad establecida en e inamovible de la sociedad que hace inexorablemente que el país avance acompasado, sin ritmo ni armonía.
Todo esto fue lo que parecía desde fuera de México y ahora, desde dentro, parece muchísimo más claro.

Estas reflexiones me vienen forzosamente por todo lo que he visto hasta ahora. Me vienen, por ejemplo, cuando en el bus de la ruta al trabajo, entre la rotonda de Emiliano Zapata y la de La Paloma de la Paz, veo la pintada que reza: "Vivir para ser libres, o morir para dejar de ser esclavos".
Seguramente, su autor no tiene por qué estar queriendo reflejar nada de lo que yo estoy comentando, pero parece estar en sintonía con ello. Sea como fuere, no deja de ser cierta una premisa que nos ronda la cabeza y tenemos en boca a menudo: "qué trabajo le hace falta a este país".

martes, 31 de marzo de 2015

Entre Zapata y La Paloma (II)

Una vez instalados en la casa y hecho una visita al centro de trabajo (para contactar con nuestros compañeros y empezar trámites), sólo nos ha quedado pasear, adaptarnos y formalizar nuestra situación migratoria y laboral.

Cualquier tipo de trámite oficial (en organismos gubernamentales, aunque me temo que sucede igual para la mayor parte de trámites de cualquier otro tipo), a pesar de las maravillas tecnológicas que parecen prosperar en México, se convierten en algún tipo de "prueba olímpica" en la que recorres mil pisos, incluso de forma reiterada, y se hacen mil pesquisas. Algo parecido a lo que ocurre en el siguiente vídeo:


Por suerte, aunque sea incomprensible y lleve más o menos tiempo, se consigue lo que uno quiere. No obstante, es lamentable este tipo de burocracia generalizada para todo el pueblo mexicano.

domingo, 29 de marzo de 2015

Entre Zapata y La Paloma (I)

México es tierra de contrastes. Apenas llevo aquí algo más de dos semanas, pero lo notas en cuanto pisas tierra, te metes en el autobús y miras por la ventana. O quizás, cuando ya "pisas tierra" y empiezas a moverte entre la gente y entre las calles.
Aunque la desigualdad social es un caldo de cultivo y un estupendo background de los Estados Unidos de México (EUM), cualquier cosa que pudiera parecerte antes de estar aquí no es lo mismo. Para empezar, la desigualdad se manifiesta en forma de salario indecente, de cortesía inocente, de leyes injustas, de gestiones, tecnología y edificios pensados para muchos, no de la mejor forma, o para pocos, demasiado bien pensados; pero siempre extraños, incluso anacrónicos.

Pero empecemos por el principio. La llegada a este país y los trámites para, como dirían los franceses, devenir residente temporal en México.

Entrada en México D.F.
Tras 12 horas de vuelo nocturno (habrá que ver cómo de bien se puede llevar el diurno cuando volvamos de vacaciones o por unos días a España), llegamos a una ciudad que se levantaba con el sol a un ritmo no tan frenético como cualquier otra parte de "transito" del país. No porque no quisiese o estuviese en sus venas, sino por impotencia funcional. Directamente el colapso provoca la inmovilidad de una ciudad burbujeante y en ebullición.
La Ciudad de México es preciosa, pero no para ir en coche. El disfrute está en los rincones, en el paseo y en el goce de su anciana salud arquitectónica. Aunque eso sería generalizar demasiado.
En realidad, la ostentación y el lujo toman su máxima expresión en México D.F.; y, por desgracia, el desarrollo urbano y social de esta capital parece estar más en consonancia con el exceso de dinero que, forzosamente, parece haber redundado en la calidad de la ciudadanía. Aún es pronto para que emita un juicio severo al respecto.

Tras coger un autobús de alta categoría para cualquier ciudadano mexicano de clase media-baja, nos tomó casi dos horas llegar hasta nuestro destino. Entre México D.F. y Cuernavaca irrumpe de la forma menos abrupta posible una cordillera que las separa con una altura máxima que sin duda debe superar los 2240 metros sobre el nivel del mar del D.F. antes de bajar de nuevo hasta los 1511 de Cuernavaca. Todo ello a través de la Carretera Federal 95D; una autopista de peaje que, hacia el ocaso y más allá de Cuernavaca, se convierte en la Autopista del Sol.

La casa a la Caña de Cuernavaca
Llegados a nuestro temporal fuerte de intimidad y descanso, percibimos claramente que no es una ciudad hecha para andar. Ni siquiera se puede comparar en términos de elementos pedestres con cualquier otro pueblo (bueno, depende de cual) de los EUM.
Localizada en un condominio al norte de la ciudad, supuestamente la parte fresca en el verano caluroso, se trata de una casa que nos ha acogido tan bien como todos nuestros anfitriones y benevolentes amigos. Todos los que nos han acogido, ayudado, acompañado y explicado.
Todos ellos, casualmente más compatriotas que autóctonos (aunque esto no significa nada dada la calidez comprobada de los mexicanos), se merecen más que de sobra mis elogios más fuertes y sinceros.

Volviendo al tema de la casa, tenemos todo lo que necesitamos. Sabemos que es temporal, pero creo que disfrutaremos tanto que no nos dará pena dejarla en el momento en el que lo tengamos que hacer.